La Realidad Publicitada

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Ante la gran diversidad de productos y servicios que la población demanda, las organizaciones se ven obligadas a competir entre sí para posicionarse en un mercado determinado. La calidad del producto o servicio a ofrecer es una condición necesaria, pero no suficiente. Este debe ser promocionado y publicitado a través de una imagen, la que se complementa con un nombre y un eslogan.

Imagen, nombre y eslogan dan una idea global del producto o servicio a escoger, y las organizaciones realizan enormes esfuerzos para perfeccionar dicha tríada. Sin embargo, a veces estas tres variables están bastante lejos de la realidad del producto o servicio que se ofrece, y cuando se llega a este punto se cae en la desagradable experiencia de la estafa.

En otros casos, hay un intento de las empresas por mejorar el origen del producto y el trabajo que realizan es completamente valorable, debido al cambio de paradigma que están dispuestas a concretar. En este caso, el cuestionamiento es esencialmente filosófico.

Por ejemplo, en comparación a décadas anteriores, en la actualidad se ha hecho frecuente ver en almacenes de barrio, ferias y supermercados la venta de huevos que provienen de gallinas que son consideradas por el vendedor como “felices” o “libres”. Para resaltar el origen del producto; se adosan, según la marca, fotografías o dibujos en primer plano de una o más gallinas de aspecto saludable sobre una pradera frondosa.

Es que las imágenes de galpones gigantescos, en los cuales se crían miles de gallinas enjauladas y desplumadas, ha impactado en agrupaciones animalistas, como también a ciertos segmentos de la población que no están dispuestos a consumir productos cuyo origen sea cuestionado desde un punto de vista ético. Además, cabe agregar que el destino de estos animales es bastante sombrío: una vez finalizado su ciclo productivo, en el cual cumplen a cabalidad con su rol de “ponedora” -porque no interesa su vida, sólo su deber-, han de ser sacrificadas para elaborar nuevos productos secundarios a partir de sus restos.

Como reacción a esta barbarie avícola, surgió la idea de producir huevos que sean de “gallinas felices”, el cual llega a percibirse como novedoso por el efecto de un marketing seductor. Sin embargo, el fenómeno no es tan nuevo. Quizás sea una reconsideración de cómo vivían estos animales domésticos en los patios de las antiguas casas de una ciudad más humilde con sus raíces rurales. Además, estas edificaciones de antaño no sólo eran valoradas por su arquitectura o las dimensiones del terreno en que se emplazaban; sino que también porque contaban con gallineros en sus patios, los cuales eran un variable de plusvalía para la época.

En cuanto a las “gallinas felices” del presente, cabe preguntarse qué es lo que las hace ser “felices”. ¿La libertad? Y aunque viven en espacios abiertos, ¿son realmente libres? ¿La libertad implica felicidad? Y si son “felices” donde habitan, ¿qué pasa con ellas cuando cumplen con su rol productivo? ¿Siguen viviendo en paz y armonía con su ambiente o son sacrificadas porque ya representan  un costo de mantención? ¿O serán destinadas a organizaciones de animales que promueven su adopción, como en el caso de los perros y gatos, para que vivan de manera “feliz” sus últimos años de jubilación? Sin duda que la frase de “gallina feliz” o “libre”, induce a creer en una realidad de la cual poco sabemos.

En cuanto a la experiencia de la estafa, cabe describir un par de fenómenos que se pueden extrapolar a otros tantos. Por ejemplo, hay algunos establecimientos educacionales que ofrecen un servicio de “alta calidad” y para ello difunden en sus redes sociales y reparten trípticos que informan de un trabajo serio y profundo con los estudiantes. De esta manera, algún apoderado se puede convencer de matricular a su hijo(a) mientras ignora que detrás de esa pantalla “profesional” existe un clima laboral deteriorado, con funcionarios apuñalados por la espalda y con luchas internas de poder por acceder a cargos de mayor nivel. El punto más deplorable es cuando el funcionario que ya apuñaló a su compañero de trabajo, saluda y sonríe con hipocresía al apoderado cuando se lo encuentra, mientras este aún confía en la “simpatía” de aquel empleado como también en la “alta calidad” del servicio educativo.

Nada más alejado de la realidad que ofrecer educación, cuando se carece de ética y de moral.

El mismo fenómeno se puede aplicar –con mayor severidad por sus consecuencias a nivel más macro- a aquellos proyectos inmobiliarios que se planifican en cerros con bosque esclerófilo –e incluso donde hay roblerías- los cuales prometen un estándar de vida inmejorable en comparación a quienes viven en la ciudad como gallinas enjauladas. Dichos proyectos se presentan como “ecológicos” porque “respetan el medio ambiente”. Sin embargo, sus impactos ambientales amenazan seriamente a los frágiles ecosistemas que ya no resisten ningún tipo de intervención, por estar ya bastante estresados y agónicos. El daño que han provocado algunas inmobiliarias a edificaciones históricas de una ciudad, que no alcanzaron a ser protegidas por la inoperancia del Estado, se ha trasladado a los cerros, y ese daño lo maquillan con un eslogan que induce a creer a las personas que habitarán un paraíso, cuando en el fondo terminarán viviendo sobre la tumba de lo que fue un paraíso.

Patricio Balocchi Iturra         

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